TIRANDO GUANTE / Pacquiao ha perdido muchas cosas, pero no perdió la pelea ante Horn

(Foto cortesía: Peter Wills)

Manny y Pacquiao fue un verdadero torbellino arriba del ring durante su brillante carrera. Un tornado desenfrenado que arrasaba con sus rivales y no dejaba nada de pie en el cuadrilátero. Su desempeño en el entarimado era parecido a la llegada de “El Niño”, ese fenómeno atmosférico que produce terror en el mundo con sus huracanados vientos y torrenciales lluvias. El filipino fue un “niño” durante la gran mayoría de su carrera pugilística.

Su vertiginosa velocidad aunadas  a sus relampagueantes combinaciones a dos manos confundían y sorprendían a sus rivales. El filipino se dio a conocer mundialmente cuando sorprendió y noqueó al gran campeón mexicano Marco Antonio Barrera durante un combate realizado en el Alamodome de San Antonio, Texas en el 2003.

Estaba sentado cerca de la esquina de Barrera y seguido escuchaba al mexicano decirle a su esquina: “No sé lo que me pasa. Me siento muy amarrado. No puedo tirar combinaciones”. Lo que le pasaba a Barrera y lo que le siguió pasando a sus subsecuentes rivales durante la siguiente década fue que tenían en frente a un relámpago con guantes que no los dejaba hacer nada al ataque porque tenían que buscar cómo defenderse del “Tasmanian Devil” que tenían encima.

Pacquiao atacaba y atacaba, y cuando tenía a sus rivales lastimados, su instinto asesino podría compararse con los mejores en la historia del pugilismo moderno. Pero a sus 38 años y con decenas de cruentas batallas en su haber, Pacquiao ya ha perdido todo esto. No ha podido noquear a ninguno de sus rivales desde el 2009, cuando noqueó a Miguel Cotto, porque poco a poco ha ido perdiendo esa velocidad que le dio muchos nocauts en su carrera.

Sin ser un noqueador contundente a pesar de sus 38 KOs, Pacquiao noqueó a un gran número de rivales con andanadas de golpes en lugar de con un solo guantazo como lo hizo ante el británico Ricky Hatton. Ante el rudimentario y extremamente limitado Jeff Horn, Pacquiao se vio más que ordinario, incapaz de conectar esas combinaciones letales, a las que nos tenía acostumbrados, a un rival deficiente a la defensa. El arte del caunter ya lo ha perdido también. Horn entraba franco al ataque tirando golpes defectuosos sin que Pacquiao pudiera conectarlo con uno o varios golpes que le darían la victoria.

Pacquiao NO perdió ante el australiano. La ridícula decisión de los jueces fue una emboscada localista en contra del filipino. Lo malo de todo esto es que el campeón tampoco hizo mucho para quitar a los jueces localistas de en medio noqueando a su inferior rival. En el noveno asalto, Pacquiao tuvo al borde del KO a Horn, pero lo dejó vivir. Su instinto asesino pudo haber estado en su mente, pero no en el resto de su físico. Las violentas ráfagas de golpes que habían acabado con decenas de rivales heridos en el ring, brillaron por su ausencia.

Pacquiao NO perdió el combate, insisto, se lo robaron los jueces, como Cronos, el padre tiempo, le ha robado las facultades y habilidades al otrora torbellino filipino. Las cosas han empeorado y se han profundizado para Pacquiao ahora que es legislador en su natal Filipinas.

Sus obligaciones políticas le han restado tiempo para prepararse para sus combates en el ring. Su entrenador Freddie Roach dijo después del combate ante Horn, que Pacquiao no se preparó como debía  pensando, quizá, que su rival no era de peligro. Un joven brioso y hambriento no es un rival para despreciarse. ¿Boxeador o político? El que a dos amos sirve, con alguno queda mal.

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